Mis ruinas
Mis ruinas
-Sin tu voz, mis oídos aúllan como dos selvas de nostalgia-
Cuando muera, no quedará ninguna mujer junto a mí.
No, no es eso: moriré cuando no quede ninguna mujer a mi lado,
y como tú eres todas las mujeres que me han abandonado, muerto estoy
Hasta hace poco fuiste mi Diosa y yo, tu fiel pagano; reúno para ti la tierra y tú respiras por mí los cielos y yo, vuelo.
¿Y a qué ángeles deberé entregar mi cadáver para el juicio final?
no esparcirás las cenizas de este cadáver consumido por tu ausencia!
ni de una estocada en tu pecho, donde amarraste las riendas de tu caballo que se amansa.
Así fue como quebraste mi destino;
dándome la espalda, y yo, de cara al desconocido, al desierto de la diáspora que cargas sobre tu espalda.
Ni siquiera un samaritano engañarme puede con un becerro de oro.
* * *
Extendía mi mano y arrancaba la columna vertebral. Y después de inflamar la faz de la tierra con el crepitar de mis huesos y de destruir edificios hasta el final de esta película de dibujos animados, me río como haría Adel Adham, desde lo más alto de mis ruinas. Luego, libero un eslabón de mi destrozada cadena; le sacaría brillo con mi aliento; la arrojaría sobre lo que de las ciudades quedase y se extinguiría. Al día siguiente, con tranquilidad, iría a las ciudades del alba que se hubieran librado de las pesadillas nocturnas.
tú eres todas las mujeres que me han dejado. Y después de ti, mi sepultura.
¿Por qué la cabeza y sus bestias se reclinan sobre una montaña y todo este llanto comienza ahora?
Desde hace tiempo he limpiado mis dientes de vuestras noticias; el discurso no me agrada.
No seduce la elegancia a dos refugiados de guerra como nosotros.
¡Oh muchacha!, tan sólo un único concepto y la elocuencia de la gente de mi patria, ésa que nunca pisaste; muchacha, ¡eres, en fin, mi particular opio!
Cada vez que el mar me azotaba, santificaba tu nombre en el agua y, por ti, me salvaba.
Ahora, que ya te has convertido en mi vida, en mi religión y en mi día del juicio, cuando te marches ¿Cómo podré morir?
¡Oh tú, tú que eres mi Diosa y mi misericordiosa,
Fue así; tú, que eres todas las mujeres, me abandonaste con la cabeza abajo, en el limbo.
No a merced de la muerte que liberó a tu ave, la que habías colocado a fragmentos en cada montaña,
Me he sentido liberado de un dogma cada vez que he dejado a una mujer.
Y otras que mi alma saltaba al verlas, enajenada, como haría un taimado gato callejero; aquellas no me costaron más que una gota de esperma sobre sus espectros.
Pero tú,
Calma, calma.
Tú aún no te has ido ni yo he muerto todavía; mi brillante columna vertebral centellea aún en su lugar, y tan sólo le faltan algunas vértebras…
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